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VI - ?

 

Antes que la envidia no hay sentimiento que degenere a un hombre al máximo. Luego de ella no hay nada: ni sentimiento, ni emoción o acción, que le iguale en hacer peor al hombre.

V - ?

Entry for March 23, 2007 (Apología de la Bebida)

(El alcohol, bien dicho está, deteriora sobremanera el cuerpo y algunos, poquísimos, reflejos de la mente. Uno de ellos sería, por ejemplo, la memoria a corto plazo. Sin embargo, y aunque suene, digamos, estólido, ese no es ni va a ser nunca el problema. El verdadero problema es el estado de 'vicio' que se le hace alcanzar con el tiempo, la abusiva usanza de su consumo. Ironizando un poco, podríase decir respecto a esto, que un alcohólico -un vicioso- es alguien que se dedica idealmente, o como se debe, al alcohol. Y siendo más irónicos todavía, también se puede decir que, por lo menos, uno no se dedica mediocremente a todo, sino que por lo menos uno es correcto con algo...) 

 

IV - ?

 

Excusas muchas tiene el arrepentimiento: unas veces son los centros la preocupación, la tristeza, la alegría o el despecho; otras, en cambio, cuando el arrepentimiento se torna... o, mejor, cuando toma su verdadera forma (el desprecio por lo hecho y la cobardía, la a-conciencia: la vergüenza) y cuando no hay por qué poner excusas, por qué mentir, los motivos son otros. Son éstos la necesidad, la confianza, la comodidad o aun el placer (aunque éste es casi siempre el menos). El porqué de que un tipo, quienquiera que sea, se vaya una tarde a un local, se siente a una mesa, abra la botella, beba el licor y pierda la 'cordura' es un tema aparte y, además, innecesario de explicar: al final uno sólo va y punto; uno nada más bebe y se 'desconciencia'. Lo sí relevante es el arrepentimiento. Esto porque éste condiciona toda acción del ser humano como mala o mal tomada. Nunca como buena.

III - ?

Pero hablemos de la Bebida, de ese líquido tenebroso que rompe los cristales de la 'normalidad' y ajusta al cuello, como quien se pone una corbata, la personalidad verdadera y a veces lúgubre de quien la consume; refirámonos a ese vaso y a esa botella; a ese lugar ruidoso, oscuro y descontrolado que, no obstante, es instigador de confianza, charlas amenas y abrazos… y refirámonos a ese líquido que también, peligrosamente, es provocador de golpes torpes y enrarecidos contra gente que nada hace, sino mostrar su inconsciente, ese que Freud dice es dueño de nuestros complejos y morbos emocionales. Hablemos de una vez de él, el alcohol. O, más bien, de la bebida y del vicioso.

II-?

 
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Los vicios, esas maneras de 'desperdiciarse', han sido juzgadas, acaso equívocamente, por ojos, como se intentó describir antes, malintencionados y ociosos; por gente obnubilada, mediocre y pusilánime para con la verdad. Un vicio, la bebida por ejemplo (más bien deliberadamente) es un apetito insaciable que no 'desperdicia' la vida del vicioso; un vicio no es como se lee y se entiende en muchas partes, un defecto moral o la pérdida innegable de la cordura; un vicio es, digamos, en palabras más decorosas y claras, la dedicación exclusiva e ideal hacia algo. Y es que 'vicio', término que como 'embriagado', parece pertenecer a la parte 'mala' del vocabulario, o por lo menos al lado deleznable de éste, está demasiado mal entendido. Baudelaire, acertado, decía, recomendaba 'embriagarse' de cualquier cosa, pero 'embriagarse'. Consideraba que jamás ocultarse tras de la normalidad era lo más correcto para un ser humano. Igual que él, o bueno, para tomar de referencia a alguien más cercano, pero no por ello menos excepcional,  podemos citar a Abraham Valdelomar, El Conde de Lemos, que sin pasar la treintena de años, espetaba con fuerza, esteticidad y sapiensa: "¿Vale la pena ser normal? La normalidad es mediocridad."
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I -?

 
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La ignorancia, cruel cadena que esclaviza a la ingenuidad, es casi siempre la condición primera de algunas personas que invita, malamente, a 'hablar por hablar'. Similar parecido que también incita a tales tesituras, propias de gente adocenada y obsecuente, es el prejuicio. Males, éstos, que corrompen, quiebran y oscurecen la verdad; males que maculan desde ya el algún día limpio hábito del aprendizaje (si es que puede éste sublimizarse con aquél) y alejan sobremanera el buen sentido y el sentido común de las personas. Pasa, se ve, que la expectación nos atosiga cada vez con más intensidad; que nos envuelve una tenebrosa acidia y un hastío propios sólo de obtusas mentes preocupadas únicamente en el divertimento y el desperdicio de tiempo. Pasa, a despecho de cualquier ideal, que nos apretamos contra la demás gente y que contenemos nuestro derecho natural, nuestra libertad, sobre el placer: pasa, como diría Ortega y Gasset, que nos contentamos con ser 'masa'.
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miento

 

Te miro LM y sé que no estoy viviendo.

No te miro LM y sé que estoy muerto.

Es, entonces, prudente vivir?

Dime LM qué hay en ti que siempre,

siempre siempre,

estoy al acecho de mirarte y no mirarte?

The Doors. El encuentro con una pared.

Antes de dejarlos con este artículo de Manuel de la Fuente, antecedo a mi lado fanático de Jim Morrison y me declaro, digamos (casi hipócritamente -quizá mediocremente-), 'neutral'. Y es que Jim Morrison es, ante todo, un genio para los ojos que viven de su música y los que sólo lo conocieron cuando ya era una leyenda; es la parte principal de ese grupo increíble de fines de los setenta que se hacía llamar The Doors; es, o era todo lo que un fan podía admirar ciegamente de un verdadero artista... No obstante, existen también miradas fijas; ojos que se percatan de alguna verdad oculta y defensora del mito; hay personas que, sin odiarlo, diéronse cuenta de la mitad de algo que no cuajaba con su par, que aprendieron a ver, entre calígines de loas y aplausos, la realidad ineluctable de algo que se gesta en cada uno de los genios del arte: su sombra.  

Esto que sigue es un escueto recuerdo (agrio recuerdo) de aquel Jim Morrison y su muerte irrepetible que, según Manuel de la Fuente, significó muchísimo más que su arte en The Doors (que dicho sea de paso, también se empaña con una supuesta tesitura acomodaticia de Morrison con las circunstancias a la que estaba expuesto 'su' grupo). A continuación el artículo:

The Doors

We want the drugs and we want them now!

Rey lagarto, hombre renacentista, artista total, cineasta visionario e incomprendido, poeta sublime con un sentido lorquiano de la muerte. Parece una lotería de disparates, pero no se crean, que todos estos atributos han recaído en un solo hombre: Jim Morrison. Bueno, si hablamos del poeta, tenemos que llamarle James Douglas Morrison, porque ya sabemos que la poesía es cosa seria que requiere de nombres más rimbombantes y de sonoridad aristocrática. ¿Qué hizo en realidad Jim Morrison? Algo muy sencillo: morir a los 27 años de edad en la bañera de un hotel de París, rodeado de botellas de alcohol y de sustancias varias. Muerte más bohemia es imposible de imaginar.


Porque en esto de la mitología rock hubo unos años en que había que saber morir. Fue a partir de finales de los 60 cuando se impuso la moda del buen morir para ser elevado al panteón de los genios incontestables. Y saber morir era una cuestión difícil. No el simple hecho de morir (circunstancia asequible, dada la frenética actividad de drogas, alcohol y groupies de muchos miembros de rock de aquellos años) sino el saber morir, algo que requiere una serie de condiciones, a tenor de lo visto a posteriori:

- Para empezar, hay que morirse. Si te vas a morir pero te salvas por poco, entonces eres un pringado que ha renunciado a pasar al reino del cielo artístico. Ahí tenemos a Bob Dylan, que en vez de matarse con la motocicleta en la edad adecuada, va y el tío se salva y decide vivir y hacer más discos. No se trata de hacer música, sino de morirse, que luego los discos nadie los escucha.

- Hay que morir a una edad inferior a la treintena. Miren a Bon Scott, de AC/DC, muerto a los 33 años. ¿Ha sido insustituible? Pues no, porque su banda ha seguido sin él, buscándose a otro tipo y forrándose durante décadas. Bon Scott se quedó como un mito de segunda división.

- La única muerte que entra en la mitología es la causada por los excesos del alcohol o las drogas. Así, la muerte en avioneta de Buddy Holly no sirve más que para el recuerdo nostálgico, porque hoy en día nadie se fuma una cachimba en su honor, y no se imita su look en las cafeterías alternativas.

- El muerto tiene que ser un primera espada, alguien que está al frente de un grupo. Muertes como la de Keith Moon o la de Brian Jones no entran en el Olimpo porque no son miembros en absoluto imprescindibles. ¿Acaso se disolvieron los Rolling con la muerte de Jones?

- Además, el honor se reserva sólo a aquellos que en vida han mantenido una actitud totalmente coherente con su muerte: una personalidad de niñato inseguro de sí mismo, tontorrón, llorón, lleno de complejos y que se refugia en el alcohol y las drogas para no enfrentarse a la realidad de la piltrafa que son como personas.

Teniendo en cuenta estas condiciones, no es de extrañar que cuando se habla de los grandes genios del rock muertos y reivindicados hasta la saciedad, siempre se recurra a tres nombres: Janis Joplin, Jim Morrison y Jimi Hendrix. Ante esto, debemos matizar dos cosas:

- Que resulta un tanto injusta la inclusión de Hendrix, puesto que al menos sabía tocar la guitarra, con lo que sabía hacer algo (que ya es mucho más de lo que se pueda decir de los otros dos). La carrera de Hendrix precisaría de un capítulo especial.


- Que, por supuesto, existen algunas muertes glamourosas en el rock, pero que, al ser tan únicas, constituyen un caso único y diferente. Es por ello que estas muertes no llegan al hit parade mencionado: Freddie Mercury, John Lennon, Elvis Presley, Kurt Cobain o Sid Vicious serían casos clínicos que merecerían, de nuevo, estudio aparte.


Como ya hablamos en su momento de Janis y su progresiva inmersión en el fascinante mundo del yonquismo, resulta interesante pensar, aunque sólo sea unos instantes, en la figura y el arte (?) de Jim Morrison, un auténtico rebelde cuya tumba se ha convertido en centro de peregrinación para jóvenes de interraíl que depositan botellas vacías de whisky y que reproducen en su lápida con graffitis algunas de las grandes sentencias de Morrison (“The West is the best”, por citar sólo una de las más sesudas).


Porque la historia oculta de Morrison esconde un sinfín de conciertos desastrosos, provocaciones infantiles y gratuitas y la imposibilidad de leer siquiera un par de líneas de un discurso coherente. De hecho, cuando Morrison concedía entrevistas sobrio (pocas veces, por lo visto), siempre se ponía a hablar de espíritus ancestrales, de almas, de indios y se solía armar la picha un lío para intentar convertirse en gurú generacional pero sin que se notasen demasiado sus intenciones.

Todo esto en lo que respecta a Morrison. Pero más desesperante es el Morrison como integrante de The Doors. Porque ahí se ve a un auténtico parásito de un grupo muy competente, formado por tres personas sensatas que bastante tuvieron con tener que compartir trabajo con tremendo niñato que, además, iba de líder y de icono sexual. Pocos fans de The Doors quieren reconocer, por ejemplo, la labor compositiva de Robbie Krieger, responsable de algunas de las mejores piezas del grupo, amén de ser también importantes éxitos (“Light My Fire”, “Love Me Two Times”, “Love Her Madly”, etc.); pocas veces se tiene presente que la característica definitoria de The Doors es el sonido ideado por Ray Manzarek; y pocas veces se reconoce que Morrison acabó convirtiéndose más en un lastre que en un catalizador, y que en demasiadas ocasiones no pasó de ser el bebé al que los demás tenían que cambiar los pañales y consentir todos los caprichitos de estrella porque no hay nada más fascinante entre cierto público que ver la autodestrucción en persona. Luego Morrison lo adornaba todo con referencias culturales dispersas, aprendidas de unas pocas lecturas universitarias acompañadas de botellas de whisky, y todos tan contentos. No hay nada como coger a un drogadicto borracho, vestirlo de carpe diem diabólico con un poco de Dionisos por aquí, algo de Artaud por allá, y ya tenemos convertido al esquizofrénico inseguro en un referente vital.

Tomemos, como prueba de esto, el último disco de The Doors, el “L.A. Woman”. Pensemos que el tema “Riders on the Storm” estaba concebido, en un principio, para ser instrumental. Hasta que llegó Jim Morrison para soltar su típico poema existencial sobre asesinos y designios de los cielos, grabarlo y dejar el muerto para el resto. Porque la nula implicación de Morrison en cualquier aspecto que fuese más allá de berrear (labores de edición y demás) es también algo muy notorio. Esto es algo que deja muy claro Oliver Stone en su película. De cualquier modo, The Doors perdió una gran oportunidad al no darle un portazo a Morrison y haber hecho un gran álbum instrumental con el “L.A. Woman”. Porque resulta tan vibrante el LP en los momentos en que no canta Morrison como imaginarse cómo hubiera sido enterito sin su voz. El error de The Doors tras la muerte de Morrison fue poner la voz de Manzarek, en lugar de decidirse por música instrumental. En cualquier caso, tampoco la industria lo hubiera permitido. Al fin y al cabo, no hay tantos ejemplos como el de “Hot Rats” por ahí.

La muerte de Morrison hizo que su grupo cayera en el olvido hasta que una serie de circunstancias mitómanas ocurridas en los 80 dieran paso a la película de Oliver Stone y a una fiebre revival que rescató al niño mimado. Y en España, que no podíamos ser menos, Bunbury paseaba una imagen de rebelde de salón, imitando lo peor del cantante de The Doors. Al menos no dejó un hermoso cadáver, con lo que tan tonto no era.

Manuel de la Fuente

ssss-?

ssss-?

 …Va y viene,
¿no hay, acaso, lugar?
Todo se acaba porque sí…
No hay necesidad de acordarse.
Bueno, bueno,
está bien,
después de todo
no significa nada...
¿Que se fue?
no, murió
y para morirse sólo hace falta
no tener recuerdo.
Y es que un muerto es eso:
un recuerdo.
¿Acaso no hay ya lugar?
.
                                                                        -

Indudablemente Bunbury es un genio de la música. Basta escuchar de la voz de otro grande de la música como Raphael, para darse cuenta de ello.

Antes

Antes

Acá pongo lo que, antaño, solía escribirme a mí mismo cuando, por joder, me enviaba cosas de mail a mail... :

"Gestado en mis escombros, de pastoso paladar,
el disparate del caos me derrotó con palabras de alabanza"
H. del S.
     ...
Más dos días de muerte, la vida podría ser una ramera con dos piernas abiertas esperando el semen gestador. Y dicen que nacemos para algo... ¿Que hay un propósito en nuestras vidas? Cuidado, no vaya a ser sólo un escalón de bajada en nuestras excusas de adiós este modo de querer ser algo.

Carnaval Juliaca

Carnaval Juliaca

Por acá, por mi ciudad, las fiestas de los carnavales empezaron, diríase, tarde; sin embargo esto no le quita la fastuosidad y la alegría de aquellas que estuvieron a tiempo. Hay en nuestro carnaval, como se acostumbra en la mayoría de las fiestas, gentes hacinadas y atiborradas en los lugares de concurso; botellas de cerveza que huelen a placer y jolgorio por todos lados, y cómo no, rostros y gestos infectados de la alegría que, aunque unos no quieran, ineluctablemente asoman desde el fondo de la verdad de esta fiesta: desde la identidad. Desde nuestra identidad.

Quizá no dure en el recuerdo lo que otros acontecimientos singulares y únicos; no obstante, el festejo anual alcanza para recordarnos siempre que existe esta fecha de aniversario; estos días de holgura y exultación conjunta. Y es que la gente que esparce su multitud entre las calles de este pueblo, el extraño movimiento de su comercio y la cálida entidad de sus gentes, hacen de la cultura que se urde en todos sus habitantes el papel perfecto para negociar su fiesta al tiempo; hacen del espacio sórdido y acabado de la a veces incomprendida indiferencia de otros pueblos la excusa inminente de estas fechas por todos festejadas. 'Viva el carnaval!', 'Tobas Amazonas!, Morenada Central!' Son los gritos ya acostumbrados, es la alegría que nos pertenece.

 

Welcome

 

Welcome To Callejón Sin Salida. Este, sin lugar a dudas, es un temón, como diría el propio Bunbury; luego llegan (claro que no sin menor calidad) No fue bueno pero fue lo mejor, Ahora, El tiempo de las Cerezas, y otros más que son parte de su participación en el disco compartido entre él y Nacho Vegas. No quiero comentar a modo de crítica este disco, puesto que de seguro ya la hicieron los dueños de este negocio -me refiero a los críticos profesionales-, además, claro, de que todo este desborde de talento de Bunbury y Vegas, salió ya hace cerca de un año; y, por supuesto, si lo hiciera resultaría estar y parecer bastante atrasado en este tema. Por eso es que quiero decirlo (y que parezca) de modo que la canción ahí arriba aún me tiene con las letras en la mente y el sonido en el alma; claro, lo sé: eso de Castro y EUA también lo canta Arjona en su, creo, Si el norte fuera el Sur; pero lo de éste es de otro estilo y en, obvio, otro sentido.

Sé que esto está saliendo casi como quería que no sea -respecto a los inicios- ; sin embargo, no sé, creo que no se trata de decir: quería escribir esto; sino, bueno, yo lo escribí.

Tod des Übels

Tod des Übels

Para empezar algo, es curioso, suele aparecerse casi siempre -al menos en mi caso- la idea antiquísima ya en nuestro medio, de que los inicios son siempre difíciles. No es tanto de extrañar, luego, los retoques a veces excesivos y abusivos de parte de aquellos iniciantes de algo; esas grandilocuentes maneras de formar y evitar comentarios sobre, digamos, un tema o, acaso, un estólido artículo sin autor. (Un buen ejemplo soy yo -es evidente, no?-)

No obstante, la carga parece hacerse más liviana después de ese principio; uno -cualquiera- siente  que el camino se va estirando y ya no quiere/puede ver el largo recorrido (demás está decir que los inicios no son sólo eso: inicios. Son mucho más, desde luego.) por eso, sin querer e inconscientemente, pasa en ocasiones que se abigarran temas, se trastocan opiniones y, finalmente, se pierde el hilo de ese algo que, antes, se había iniciado. Uno se va por las ramas, como se dice en el argot popular.

Por eso es que, animado y quizá trivial, espero no salirme de este inicio que empiezo a tener. (La imagen arriba insertada es del maestro Enrique Bunbury que, por cierto, anunció el regreso de Héroes del Silencio para Septiembre. Grande, Bunbury. Héroes del Silencio toda la vida.)