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Los vicios, esas maneras de 'desperdiciarse', han sido juzgadas, acaso equívocamente, por ojos, como se intentó describir antes, malintencionados y ociosos; por gente obnubilada, mediocre y pusilánime para con la verdad. Un vicio, la bebida por ejemplo (más bien deliberadamente) es un apetito insaciable que no 'desperdicia' la vida del vicioso; un vicio no es como se lee y se entiende en muchas partes, un defecto moral o la pérdida innegable de la cordura; un vicio es, digamos, en palabras más decorosas y claras, la dedicación exclusiva e ideal hacia algo. Y es que 'vicio', término que como 'embriagado', parece pertenecer a la parte 'mala' del vocabulario, o por lo menos al lado deleznable de éste, está demasiado mal entendido. Baudelaire, acertado, decía, recomendaba 'embriagarse' de cualquier cosa, pero 'embriagarse'. Consideraba que jamás ocultarse tras de la normalidad era lo más correcto para un ser humano. Igual que él, o bueno, para tomar de referencia a alguien más cercano, pero no por ello menos excepcional, podemos citar a Abraham Valdelomar, El Conde de Lemos, que sin pasar la treintena de años, espetaba con fuerza, esteticidad y sapiensa: "¿Vale la pena ser normal? La normalidad es mediocridad."
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